sábado, 20 de septiembre de 2014

Libertades totales





Pablo Katchadjian, La libertad total;Bajo la luna, Buenos Aires, 2013
Fernanda García Lao, Fuera de la jaula; Emecé, Buenos Aires, 2014
Mauro Libertella, El libro enterrado; Mansalva, Buenos Aires, 2013
Ramiro Quintana, El intervalo; Tantalia, Buenos Aires, 2006
Luis Chitarroni, Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa; Interzona, Buenos Aires, 2007.

            Admiro la literatura argentina, desde adolescente, por su libertad creativa (común a todos los países hispanoamericanos, pero hoy nos centraremos en el caso argentino). Quizá, si le preguntamos a cualquier crítico argentino, sacará a relucir –como haríamos nosotros para la literatura española– diversas fuerzas interiores de reacción, líneas normalizadoras, prácticas institucionales, tensiones con la tradición, etcétera, que atemperarían o limitarían una aserción como la nuestra. Pero debo decir, con honestidad, que desde la férrea normalización literaria peninsular, que atenaza en el realismo ingenuo y sentimentaloide a la narrativa y en la línea figurativo-melancólica a la poesía (con numerosas excepciones en ambas, por fortuna), las convenciones argentinas nos parecen algo así como una playa caribeña para un preso siberiano.

            Antes de continuar quiero hacer dos advertencias: 1) no soy experto en literatura argentina, sino mero y rendido admirador, y cuanto sigue debería ser leído como lo que es: la expresión ardorosa de un fan o un supporter de la literatura argentina. Por ese mismo motivo, en cuanto gesto de simple comentario dirigido a compartir mi felicidad con otros lectores hispanohablantes que quizá no han oído hablar de estos libros, 2) he prescindido de incluir notas de la crítica argentina o hispanoamericana que ha estudiado estos textos, actuando como una especie de Adán arrojado a su lectura libérrima, atrevimiento que puede ser criticable, y me disculpo, pero es reproducción a escala, espero, del atrevimiento mayor con que estos escritores hicieron sus libros, haciendo de su capa un sayo.

A estos cinco libros podrían añadirse muchos más, claro, pues la libertad en Argentina es la norma, y no la excepción (de hecho, podíamos añadir los de Alinovi y Peyrou que ya comentamos aquí). Pero para no cansarles con la extensión, me he centrado en los que siguen.

Libertades totales. Concebida como un experimento conversado, al modo de los diálogos platónicos y con parecidos recursos (sofismas, falacias lógicas, etcétera), a los que habría que añadir el sentido del humor, La libertad total (2013) de Pablo Katchadjian aglutina a diez personajes anónimos que se encuentran en un espacio onírico, preñado de simbolismo y similar al espacio en blanco de la película Nada (2004), de Vincenzo Natali. Denominados como A, B, C, D, E, F, G, H, e I, la anonimia y cuasi-intercambiabilidad de los personajes los configura casi como nomenclaturas matemáticas, como X e Y utilizadas para materalizar funciones. La discusión retórica y sofística entre ellos, sus reflexiones sobre la reflexión y sobre la naturaleza del lenguaje, utilizado como instrumento para no entenderse, cuajan un libro devestido de anécdota, abstracto y por el que parece que apenas pasan pasiones humanas –aunque pasan todas–. Fábula metafísica, especulación lingüística y narrativa, La libertad total condena y a la vez sanciona las posibilidades de la libertad artística: hay libertad total, sí, pero sostenida por numerosas limitaciones o constricciones, programadas de modo inmisericorde. Como en Qué hacer (2010), el texto a veces elige repetirse, otras veces escoge la permutación que cruza la puerta y no aquella que se limita a abrirla y cerrarla constante, binariamente. Variaciones programadas y fijas vestidas con las galas del libre albedrío. Como la vida misma, parece decirnos Katchadjian.

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Libertinaje. Otro ejemplo de libertad mayúscula es el que se ha permitido Fernanda García Lao en su última novela, Fuera de la jaula (Emecé, 2014), un delirante retrato polifónico de dos familias o dinastías que comienza en 1956 y acaba en torno a los años 90, lo que permite a la autora hacer una especie de tríptico à la El Bosco de la historia argentina, vislumbrada aquí más a través de los comportamientos privados de los personajes que por el recuento explícito de los sucesos históricos. Imposible punto de encuentro entre Mientras agonizo (1930) de Faulkner y la película de Tod Browning Freaks (1932), Fuera de la jaula presenta como normal la anormalidad y como cotidiana la aberración, con sano humor y un excelente estilo sustentado en la frase breve y vigorosa, aliñada de cuando en cuando con toques de irracionalidad. La novela se levanta a partir de una variada sucesión de voces, comenzando por la de Aurora, quien rompe a hablar una vez muerta. Sobre este particular, que no es nuevo en literatura pero al que García Lao ha sacado excelente provecho, ha reflexionado la autora en términos que me parece muy interesantes:

Por otro lado, hay un juego con el narrador omnisciente, un narrador que ha quedado medio exiliado de nuestros textos. Si muere la idea de Dios, entonces ¿cómo vas a saber todo? Podés tener un narrador pegado a la nuca que te sigue y comparte tu punto de vista, pero no puede saber lo que sentís, a no ser que lo hagas evidente. Me dije que la muerte me daba un permiso genial; desde ese punto de vista me sentía muy libre, la primera persona siempre es impune, pero acá era el colmo. Decidí que Aurora podía saber lo que estaban pensando y que accede a un recorte de su propia vida del que no había tenido noción mientras estaba viva porque su presencia era incómoda dentro del entramado familiar.[1]

            Como puede verse, ese “permiso” que se ha concedido la autora y que le concede libertad total para contar, es uno de los medios de hacer de la necesidad virtud, a la vez que se salva uno de los problemas narrativos más frecuentes en la narrativa de este lado del charco. Virtuosa de la construcción elocutoria, García Lao da voz en su novela a una muerta, a varios vivos, a una androide e incluso a las dos cabezas del bicéfalo ManFredo, quizá el mayor hallazgo del libro y una de las reflexiones sobre el Doppelgänger más estimulantes que he podido leer los últimos años (y he dedicado parte de mi tesis doctoral a ese tema).

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Libertad es igual a Libertella. La serie es ésta, según me explicase Damián Tabarovsky: Libertella – Liber terra – Liber in terra – El libro enterrado, de Mauro Libertella, un tomito autobiográfico escrito a raíz de su relación con su padre, el enorme escritor argentino Héctor Libertella. Para quienes no lo conozcan, Libertella padre es un escritor inclasificable, para quien la relación con el lenguaje es inquietante y corrosiva, es una relación discomplaciente con el español; ya sé que no existe tal cosa como discomplaciente en nuestra lengua, pero Libertella ya no existe tampoco, y neologismo y hombre pertenecían a un modo retador y retorcido de entonar la lengua; otrosí me gusta discomplaciente porque ampara en su seno la disconformidad y lo díscolo, y Libertella era ambas cosas.

No divinicemos al hombre pero, permítanme, a la obra sí; me parece que Héctor Libertella fue o es un escritor en otra dimensión (la cuarta, por ejemplo), y aun sigo bajo el efecto que me provocaron en su momento libros como ¡Cavernícolas! o A la santidad del jugador de juegos de azar; libros conmovedores no por emotivos sino por destructivos, porque conmueven estructuras, socavan prejuicios literarios, remueven esclerosis estilísticas y se configuran como actos de libertad total escrituraria que quiebran las ideas de quien lee, e incluso el proceso de lectura de quien lee. Para Libertella, la escritura era un concepto total, según cuenta su hijo Mauro: “Mi viejo preparó ese libro como hacía siempre, componiendo desde el cuerpo del texto hasta las solapas y la contratapa. No sólo le gustaba escribir libros, le gustaba hacerlos” (p. 21). En el valiente y hermoso libro de su vástago, aparece un Libertella desacralizado y humano, demasiado humano, pero que termina de cerrar el vínculo “emotivo” que sienten o sentimos los lectores que tanto agradecimiento debemos a Libertella padre. “No hace falta una agudeza sustantiva”, dice Libertella hijo sobre los libros que abordan la desaparición paterna, “para saber que esos libros se escriben, justamente, para atravesar esa contradicción” –se refiere a la de “idealizar al padre y saldar cuentas” (p. 66)–, y añade: “y que con el punto final subyace la promesa de una especie de redención” (p. 67). Los que hemos pasado por la misma experiencia sabemos hasta qué punto es hermosa la elegancia con que Mauro Libertella ha cruzado el Rubicón de esa idealización justiciera de su padre.

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Lenguaje. La descomposición del yo es un tópico de toda la literatura hispánica reciente, como hemos recordado en La literatura egódica (2013), y desearíamos resaltar su agudo tratamiento en El intervalo (2006) de Ramiro Quintana. Esta breve novela sitúa en espacios reducidos a un personaje masculino, Virgilio, absolutamente perdido en los laberintos de su cerebro y en sus paranoias, incapaz para relacionarse con su entorno, paralizado por sus volutas mentales y con nula inteligencia emocional, y lo hace con un elegante tratamiento literario, singularizado a las circunstancias. El intervalo se centra en el torrente de pensamiento del personaje, que va desvelándose al lector a través de la técnica conductista, mediante la descripción de sus actos. La introducción por Quintana de numerosas palabras en desuso, o extrañas en un discurso literario (a menos que se trate del discurso de un Miguel Espinosa, por ejemplo), podría hacer referencia –especulo con total libertinaje– a un modo lingüístico de mostrar el anacronismo vital y la sustancial diferencia y/o extrañeza de Virgilio, el personaje central, respecto a las circunstancias de las demás personas. El lenguaje del narrador, como el de algunos personajes de Beckett, a pesar de ser correcto, no es un lenguaje que permitiera a su protagonista comunicarse. Su aislamiento, reforzado así mediante el lenguaje (literario y aun lingüístico) con el que se le describe, es el asunto central de El intervalo, que revela a un narrador joven a quien seguir los pasos.


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Liberación. Peripecias del no (2007) de Chitarroni es, como reza su subtítulo, el Diario de una novela inconclusa, pero sobre todo se trata de un elaborado juego de alcances y renuncias que persigue la recuperación de ese Borrador mítico e irrecuperable que, en la mitología de cualquier novelista, guardaba las esencias de la novela que deseaban escribir, pero de la cual fueron distanciándose con su escritura. El propósito –desmesurado– de Chitarroni es volver ahí, a lo perdido, al original del original, cuando nada había sido estropeado y la ambición del proyecto estaba intacta. Juego de apócrifos a partir de una ficticia revista pseudónima de literatura, Ágrafa, el falseamiento está presente por doquier en Peripecias del no, un libro en el que todo es exceso en estado puro: de personajes, de citas, de ejercicios de estilo, porque lo que define a una novela por terminar es que nunca sufrió la poda y se ha quedado con los recortes por hacer. De ahí que a veces se ofrezcan al lector enumeraciones caóticas de nombres o libros, simples apuntes de una palabra, o una frase, que serían como notas que se apunta el narrador para la futura novela; amén de despistar (pues algunos nombres son apócrifos, o remiten a bibliografía inexistente, o son cul de sac referencial), su función es la de convertir el texto en una suerte de hipertexto, señalando la dirección a la que la novela inacabada debería apuntar, con lo cual se expande el horizonte hermenéutico de la novela conclusa; sus referencias (reales y apócrifas) son otras tantas llamadas a elementos afines a lo que se cuenta en Peripecias del no y, en consecuencia, forman parte “hipotextual” o subterránea, textual pero no legible, de la misma. En Peripecias del no, que algunas cosas no puedan leerse no significa que no sean parte de la novela, lo cual me parece un hallazgo.

Vaya por delante que no es un libro fácil de leer. Conocíamos muchos narradores no fiables, pero pocos en los que todo, desde el título a la estructura, invitan a la sospecha. Algunas partes parecen reescritas (compárense páginas 31ss y 169ss) pero hay leves diferencias entre ellas. Las citas tampoco son honestas: la cita de Anthony Powell, “The nearest some women get to being faithful to their husbands is to give their lovers absolute hell”, es ligeramente alterada por Chitarroni, incluso en el inglés: “esa observación de Powell según la cual el mayor rasgo de fidelidad de las mujeres consiste en ser desagradables y combativas también con sus amantes. The nearest some women get to being faithful to their husbands is being disagreeable to their lovers. A. P.” (p. 54); y el verso de Quevedo “vivo en conversación con los difuntos” deviene “vivo en comunión con los difuntos ” (p. 225), entre otros muchos ejemplos de retorcimiento erudito. Pero quizá la infidelidad sea algo natural en una novela acabada que se presenta como inconclusa, en un artefacto que, desde sus primeras páginas, se construye sobre la fabulosa negación de su presupuesto.


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            En alguna ocasión he ofrecido este plausible concepto de literatura: construcción dirigida a la destrucción de alguna idea preconcebida (ideológica, ética, estética) del lector. Creo no equivocarme si digo que las obras aquí citadas pueden poner en jaque muchas de esas convenciones o incluso todas a la vez.

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[No hay ninguna relación con los autores y las editoriales citadas]


[1] En Silvina Friera, “Los personajes existen, hay que excavar para encontrarlos”, Página 12, 08/09/2014, accesible en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/4-33287-2014-09-08.html.

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